Laura se distraía discretamente en pintar sobre el folio el nombre del chico con el que había empezado a salir, mientras su profesora explicaba. Esta lo advirtió y dijo: «Esto es muy importante para los cursos que os vendrán y me alegra veros tan atentas, porque estoy seguro de que si entendéis esta parte bien, no tendréis ningún problema ni ahora ni en Selectividad. Me alegra veros así. Muy bien. Qué buen curso sois, un curso de listos, sí señor. Sigamos.» Laura se irguió, cambió de folio y pasó discretamente también varias páginas del libro para ponerse en la que correspondía a lo que se estaba explicando. La motivación es el deseo de conseguir algo concreto. Un motivo para actuar. Los motivos para conseguir aprender o hacer algo, son:
- Encontrar interesante o necesaria la tarea.
- Buscar exaltar el propio yo. El status, la autoestima, la adaptación y el éxito, motivan. Pero de forma indirecta. En los estudios, por ejemplo, lo hacen las calificaciones, lograr títulos académicos u otras recompensas. Pese a que dependen en gran medida de otras personas.
Las motivaciones externas son mucho más frecuentes que las internas. Aunque se pueden distinguir la eficacia, duración y riqueza de uno u otro tipo de motivación, la realidad es que el ser humano puede pasar con relativa facilidad de un tipo a otro. Lo mismo que ambas motivaciones suelen convivir en una misma persona al actuar.
Un niño puede comenzar a prestar interés por motivación externa (un premio, por ejemplo) y conforme avanza en el aprendizaje, encontrar la satisfacción de aprender por sí mismo (motivación interna).
Seis reglas de oro para motivar a un hijo
1. Empezar a alentar su independencia de pensamiento y acción lo más pronto posible.
2. Dejarle hacer las cosas por sí mismo, aunque dude y cometa errores.
3. Recompensarle por sus éxitos. Una palabra de elogio suele ser suficiente. Pero la reacción ante los fracasos ha de ser neutra. No demostrar ningún disgusto. Tratar de ver lo positivo. Indicar la solución de lo negativo y aprovechar el error como valiosa experiencia.
4. Convencerle de un lema: «El trabajo, aún haciéndolo mal, siempre es valioso».Lo que implica que nunca se ha de renunciar a una tarea porque no pueda lograrse la perfección en ella. Que el niño intente lo que crea conveniente, aunque se intuya que fracasará. El ser humano, porque es inteligente, necesita experimentar sus propias limitaciones. Y en consecuencia, tener en cuenta los consejos sabios de sus padres, no va contra su personalidad.
5. En su aprendizaje, no tratar de evitarle cada posible golpe o contratiempo.
6. No ver a los hijos como quienes realizarán las ambiciones de los padres. Puede ser, de forma natural, que los hijos manifiestan gusto por las aficiones que vieron en sus padres, pero han de ser ellos mismos, libremente, quienes opten por ellas y se exijan en consecuencia.
Fernando Alberca, Todos los niños pueden ser Einstein
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