Ser creativo es correr riesgos. Cada nuevo comienzo – podría ser un libro, una sinfonía, un programa de computación, un proyecto empresario – es difícil y riesgoso como cualquier comienzo. Empezar un acto creativo nos exige el valor de ponernos en carrera. Para algunas personas, el ejercicio de dibujar espontáneamente es de una gran exigencia. No pueden acostumbrarse a la sensación de no saber qué van a hacer antes de hacerlo. Y para otras, el ejercicio es liberador y estimulante, la posibilidad de dejar que las ideas fluyan sin inhibición.

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Dado que a lo largo de un día cualquiera experimentamos una sucesión de estados de ánimo, por momentos se abalanza sobre nosotros la incertidumbre, la ansiedad o el dragón del miedo. No por ser muy creativos los individuos sienten menos miedo cuando observan la tela en blanco o echan un vistazo a la sala antes de la función. De hecho, probablemente sientan más. Pero lo que los distingue es que reiteradamente encaran su miedo, lo dejan a un lado por un tiempo o se zambullen en él con audacia y convierten la ansiedad en energía. La acción transforma el miedo en vitalidad.
La sensación de hacer algo sin saber a dónde nos lleva es algo que la persona creativa aprende a tolerar, apreciar y amar. El individuo creativo avezado puede no saber adónde va y no obstante estar seguro de que el punto de llegada -sea cual fuere- será interesante. El individuo creativo menos maduro se siente perdido y desorientado en la tensión creativa. Ante la urgencia de una decisión y una conclusión rápidas, pierde de vista la necesidad de andar periódicamente a tontas y a locas en la oscuridad para producir algo de valor.
Marvin Minsky, del laboratorio de inteligencia artificial del MIT considera que tolerar el displacer no sólo forma parte integrante del proceso creativo, sino que es fundamental para el aprendizaje. «En las primeras etapas de adquisición de una habilidad realmente nueva -dice-, la persona debe adoptar por lo menos una actitud parcialmente anti placentera: bueno, esta es una oportunidad de experimentar la torpeza y descubrir nuevas clases de errores. Lo mismo vale para la matemática, escalar picos nevados o tocar el órgano con los pies. A algunas partes de la mente les parece horrible, en tanto que otras disfrutan forzando a que esas partes trabajen para ellas. Aparentemente, no disponemos de palabras para tales procesos, pese a que se cuentan entre nuestras formas más importantes de crecer.»
Los individuos creativos toleran e incluso prosperan dentro de esta tensión creativa. He visto a personas adictas a la ansiedad creativa que viven en un estado constante de alteración, que se sienten continuamente inquietas, disminuidas, vacías e insoportablemente frustradas hasta que no puedan expresar su vida interior de alguna manera creativa. A partir de ese caos surge algo nuevo y jubiloso.
¿Podemos aprender a disfrutar de las sensaciones de tensión y confusión? Sin duda con moderación. Creer plenamente en nuestra capacidad de hacer cosas y al mismo tiempo tener dudas no necesariamente es una contradicción. Es una forma de recorrer las incertidumbres creativas y manejar la llama creativa. La confianza se construye con cada éxito. Cuantos más problemas resolvemos, cuantas más salidas hallamos y más inspiración descubrimos cuando ya creíamos haber agotado todas las posibilidades, más impulsamos a nuestra ansiedad creativa a alimentar las ideas en vez de aplastarlas.
Ejercicio
Tome una lapicera y un papel en blanco y deje que su mano dibuje algo totalmente espontáneo. Empiece sin ninguna imagen preconcebida de lo que va a dibujar. Deje que su mano haga algo y vea que pasa.
Tom Wujec, Mentalmanía